martes, 10 de noviembre de 2009

LA INNOVACIÓN EN LA ESCUELA

Cuando oímos hablar de “innovación” es inevitable que pensemos en equipos o artefactos tecnológico complicadísimos, frutos materiales de la llamada alta tecnología. Tal es el referente estereotipado que se generalizado como ejemplo tangible de lo que es “innovación”.

Sin embargo, lo que hacen muchos maestros en el aula, ingeniándoselas para trabajar sin los más elementales materiales de apoyo didáctico, y logrando resultados notables, eso, es también-¡por supuesto!- innovación.
Y todavía más: es una forma de innovación: es una forma de innovación más meritoria que la ejercida por quienes cuentan con todos los recursos, tiempos y apoyos, precisamente porque dichos maestros no cuentan con casi nada para innovar y, a pesar de todo, innovan.
Si esto es así, entonces ¿Qué es innovar? Nosotros entendemos la innovación no solo como un proceso de generación de algo nuevo sino también como un proceso que da lugar al descubrimiento de algo útil y eficaz, por lo que el carácter “inédito” de una innovación pasa a ser secundario, ya que lo fundamental es su potencia para mejorar los resultados obtenidos con las formas anteriores (“viejas”) de hacer las cosas.
“La escuela, y las instituciones formadoras de docentes incluidas en dicho concepto, se han dedicado a enseñar lo ya constituido, lo pasado: la didáctica del pasado, los conocimientos del pasado, los conocimientos del pasado y no se prepara al alumno para el porvenir, para el futuro”.
“Si la enseñanza es, en cierta medida, anacrónica, luego entonces debemos cambiar nuestra enseñanza en cierta medida, Debemos innovar”.
Innovar es crear, es originar una docencia que forma de manera nueva docentes que se enfrentan a situaciones y condiciones nuevas. ¿Es adecuada la docencia típica que se imparte actualmente en nuestras escuelas? ¿Es suficientemente efectiva o relevante para las necesidades de las comunidades beneficiarias (o damnificada) de dicha docencia? ¿Debe cambiar el maestro su práctica docente actual? Si las respuestas que damos a estas preguntas se orientan en el sentido de que hay que cambiar (y el cambio es crear algo nuevo) entonces la innovación se convierte en un asunto educativo de carácter estratégico fundamental para el cambio en la escuela.
Evidentemente no se trata de que irreflexivamente y guiados por un dogmatismo de la novedad sustituyamos todo lo que hacemos ahora por algo nuevo sin más. Lo nuevo es un principio tan inválido e irracional como el principio de lo viejo (o lo tradicional). La novedad en sí misma no garantiza i eficacia ni relevancia educativa de manera automática.
La innovación, en su buen sentido de creatividad funcional, puede significar, paradójicamente, la utilización de formas ya conocidas, no nuevas, esto es, existentes en el pensamiento educativo universal o nacional, pero que alguien, un maestro dado, no haya practicado nunca. Así, innovar sería sinónimo de experimentar algo que nunca habíamos ensayado en el aula. Por ejemplo, supongamos que durante nuestra vida docente nunca hayamos probado las bondades de la metodología didáctica consistente en permitir que nuestros alumnos formen equipos de discusión o de elaboración colectiva de una tarea, que les permita aprender a expresar su punto de vista y respetar el de los otros, a conciliar puntos de vista diferentes (incluyendo el propio) y a sumar e integrar sintéticamente un conjunto de aportaciones propias. Esto es algo que otros desde hace mucho ya hacían pero que, sin nosotros jamás nos habíamos aventurado en dicho terreno, entonces será, para nosotros, innovación.
“Si la innovación, desde el punto de vista de un maestro en particular, es relativa a su experiencia y conocimiento (o inexperiencia técnica educativa, entonces todo conocimiento de tipo educativo,-sea teórico, técnico o práctico-, es potencialmente una innovación.
Ahora bien, si pensamos que nadie cambia lo malo conocido por lo bueno por conocer, entonces sólo estaremos en posición de aceptar algo nuevo si de antemano lo consideramos y reflexionamos lo suficiente como para valorarlo y estimar sus posibilidades de que nos fuese útil en nuestro trabajo cotidiano, lo cual quiere decir que sólo explorando las experiencias educativas de otros,-ya sea a través de un libro o a través de una plática directa- podemos saber que tan conveniente podrá ser, para nosotros, ponerlo en práctica.
A la luz de lo antes dicho, podemos afirmar que todo tipo de innovación potencial es consecuencia de una investigación personal sobre aquello que nos parece podría servirnos.
En tal sentido, “entre más nos abramos a considerar otras opciones de pensar y de actuar en educación, más probabilidades habrá de que pensemos algo nuevo y útil que nos ayude a mejorar nuestro trabajo docente”.
A continuación, mencionaremos, a manera de ejemplo de la indagación y orientación de nuestra reflexión acerca de lo que podríamos cambiar, -innovar- en nuestra esfera profesional cotidiana. Lo expondremos de manera breve y puntual, como temas generales del trabajo posible en el aula, que podrían servirnos de inspiración estratégica y/o táctica en el proceso de incorporación creativa a nuestra práctica docente de maneras originales y útiles de trabajar en el aula.

1) Que el maestro seleccione el total de los contenidos que tienen los programas de su agrado o materia, un número limitado de ellos que constituyan la dieta de información básica a trabajar didácticamente con sus alumnos para que, de este modo, se pueda asegurar la base temporal –más tiempo disponible- y de defina el núcleo semántico que permita concentrar nuestros esfuerzos en aquellos temas o problemas que creamos son los más relevantes para nuestros alumnos. Así estaríamos más cerca de lograr aprendizajes significativos y evitaríamos saturarlos de información indigerible.
2) Que el maestro facilite la expresión libre de sus alumnos -una plática informal pero hilvanada, por ejemplo- y, considerando el total de tiempo lectivo con el que cuenta, se dé tiempo para entrar en contacto con la experiencia de sus alumnos y a través de ello, entender el significado de dicha experiencia– captar lo que nos dice -sin intentar modificarla o “corregirla “- ya que la inhibiríamos-, sino únicamente comprenderla. Los frutos de esta estrategia pedagógica seguramente proporcionarán valiosa información inédita y pistas antes insospechadas para inspirar y orientar –o reorienta- nuestro trabajo docente.
3) Que el maestro determine la intencionalidad básica de su quehacer con los alumnos, a través de la selección de los valores –fines a trabajar con ellos. Así, podría proponerse a fomentar la imaginación de sus alumnos, enseñarlos a reflexionar críticamente sobre la televisión, o desarrollar su iniciativa y su seguridad para participar en grupos. Estos valores-fines deberán ser concebidos como valores curriculares estratégicos que ayuden a constituir sólidamente el piso de formación que sería deseable que fuese una aspiración central no sólo de los formadores de docentes en particular sino también de las instituciones educativas en general.

Por último, quisiéramos concluir esta reflexión sobre la innovación en la escuela mencionando el hecho de que nuestro quehacer en el aula sólo podrá trascender si logramos que éste sea relevante y significativo para nuestros alumnos. Una forma de conseguirlo es a través de una actitud profesional, creativa e innovadora. No todos los días de su clase, pero sí los suficientes durante los cursos como para aspirar a que nuestros alumnos nos recuerden, alguna vez, con gusto y gratitud.

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