jueves, 20 de enero de 2022

Dos microrrelatos

No hizo caso He sido su psiquiatra de cabecera desde que acudió conmigo hace muchos años y le diagnostiqué una grave y poco común compulsión automutilatoria, consistente en una fuerte tendencia a arrancarse los padrastros de los dedos. Le receté unos medicamentos con la seria indicación de que nunca los suspendiera, ya que sus impulsos mórbidos eran muy robustos, irrefrenables, al punto de que, literalmente, él se desprendía áreas significativamente grandes de la piel cuando se le activaba esa intensa vehemencia nerviosa. Hasta que un día me habló su esposa para decirme que, al haber suspendido la ingesta de las medicinas, se había arrancado toda la piel del cuerpo, y yo pensé, sin culpa y convencido de lo atinado de mi prescripción farmacológica “me desoyó, y se desolló”. Sabiduría amorosa robótica Inspirados en lo hecho por IBM con Deep Blue en el ajedrez, la supercomputadora alimentada por grandes maestros, el equipo científico de construcción de un robot experto en consejería matrimonial logró, después de lustros de infatigable trabajo con los últimos avances de inteligencia artificial y exhaustiva minería de datos (Big Data ), crear un prototipo de robot omnisciente sobre el amor, al que bautizaron como True Love, con tal grado de desarrollo que alcanzó un nivel de autoconciencia inédito que, como una de sus tareas complejas, podía preguntarse cuál sería la mejor pareja robótica para él, considerando los atractivos físicos y de desempeño de potenciales parejas suyas que, experimentalmente, tendría que calar de entre muchos modelos de robots, esmeradamente diseñados con variados atractivos estéticos estructurales, para verificar las conclusiones a las que podría llegar con tanto conocimiento almacenado. La pareja robótica que escogió no fue ninguna de las que los investigadores consideraban “robóticamente” más atractivas. El dictamen final que True Love emitió, expresado en el sucinto lenguaje del póker, fue “software mata hardware”.

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