domingo, 13 de febrero de 2022

Ocho microrrelatos

El botón nuclear ¡Uuups…! Cárcel interior Se sabía que, en ese reino feudal, a la gente letrada, caída en desgracia con la ley, se le obligaba a que leyera, cada hora, y únicamente eso, el mismo texto penitencial, en voz alta, repetitivo y monótono. También, cada hora debía decir, también en voz alta, y asegurando verosimilitud, lo que estaban pensando. De este modo, se limitaba su libertad subjetiva, reduciendo al máximo el movimiento y crecimiento de la interioridad del desdichado durante su condena, impidiendo, o al menos obstaculizándole seriamente el pensar en secreto. Desear morir nuevamente Les dijo a sus talleristas que tenían que aprender a narrar honduras sobrecogedoras para ser buenos escritores de horror. Y les puso el ejemplo de sus pesadillas infantiles en el internado católico donde estudió su primaria. Les contó que como le habían dicho que quien moría en pecado mortal no sólo iba a sufrir el suplicio de una eternidad en llamas sino el terror de no poder escapar de ello, de la desesperanza permanente, del hinchado anhelo cancelado de morir en esa otra vida. Les dijo que pensaran en narrar algo así, de ese tamaño. Reencarnar en vida Le pidieron que hablara en la inauguración del curso de alfabetización de ese año en su comunidad, y esto dijo: “Desde que aprendí a leer y escribir, vivo una doble vida. Disfruto de un inesperado crédito reencarnacional. Ya no vivo sólo en el presente, en la experiencia sensorial inmediata, cotidiana, sino también en la otra vida actual del pasado, el futuro y de otras vidas de pensamiento, sentimiento y acción reportadas por lo tanto y variado que leo. Y, cada vez que quiero, al escribir soy como un dios que crea sus propias creaturas y experiencias en mi interior. Leer y escribir es, hasta el día de hoy, la suprema tecnología de mi subjetividad”. Cómo me importas Porque así no me has creído, no te voy a hablar de una conclusión, la de que te quiero y cuánto. Te voy a hablar de las premisas, de las cuales nada podrás sospechar pues las has corroborado. Son el tema del comercio existencial entre tú y yo, desde lo que recibo de ti. Me cubres de paz. Te sé mía y no hay nadie que tenga que iguale contigo. Fuiste el rotundo parteaguas de mi vida. Has sido mi implacable espejo, el sutil bálsamo cotidiano. El oasis de mis ganas convencidas. Me suscitas continuamente embelesamientos éticos al ser testigo de cómo te conduces en la vida. Por eso no me canso de beberte con los ojos. Porque impregnas mi existir. Franqueza didáctica budista Me preguntan “Maestro, ¿qué es la verdad?”. “Maestro, ¿qué es la bondad?”. “Maestro, ¿qué es la belleza?”. Y yo les guío hacia ellos con un koan, respondiéndoles que no sé, que eso a mí me vale madres. Gozar leer así Algún entrevistador le pregunto al microficcionista qué cuál era el impacto estético que pudieran tener sus breves textos en sus lectores. Y él respondió “lo que escribo es breve, pero conlleva una sustancia suficiente para impresionar. Aspiro, con modestia, pero con la seguridad de que algunos de mis microrrelatos logran en mis lectores la intensidad de disfrute que ocurre cuando beben agua con sed, o se tiran un pedo”. Más allá acá Le pregunto ese niño con inquietud a su padre que sí existían los fantasmas y dónde solían aparecerse. Su padre le dijo que sí, que pasaban por su cabeza cuando pensaba en alguien ausente.

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