No tienen otra.
Rostros hundidos
nimbados de
desilusión
pírricas máscaras
sobrevivientes de
tantas infamias
aunque con la tozudez
del salmón.
Los cuerpos
dóciles
ahí
derritiéndose
esperando la limosna
(que les cumplan su cita)
dispuestos
otra vez
a humillarse
a saciar el desprecio
la molestia que
causan
a quienes odian
atenderlos.
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