martes, 12 de febrero de 2008

Reprobar para aprender

El tema de la reprobación es un tabú educativo del que cuesta mucho trabajo hablar por las intensas presiones que existen para pensarlo de una manera objetiva y realista. Tanto los alumnos, los maestros, como los padres de familia y las autoridades educativas lo conciben como un hecho horroroso y gravísimo que hay que ocultar a toda costa.

En efecto, todos los actores sociales protagonistas de la educación aborrecen y buscan alejar a la reprobación de los terrenos de su conciencia y de su responsabilidad mediante los recursos del silencio y de la culpabilización de los otros actores. Sin embargo, la reprobación tiene una presencia innegable - cruel y darwiniana - en nuestra realidad educativa.

Está en la naturaleza reproductivista de nuestro sistema social y educativo el origen de la reprobación, ya que se deriva de condiciones estructurales como la pobreza y la privación cultural, factores que se suman a los estrictos criterios y tiempos que se estipulan para que alguien apruebe un grado.


Pero como reprobar alumnos es también reprobarse en eficacia, en muchos casos - principalmente en el nivel de primero - existen presiones políticas oficiales encubiertas para que se pasen alumnos que debieran reprobar y, así, inflar estadísticas triunfalistas.

A contrapelo de estas actitudes fóbicas hacia la reprobación, existe la opción de ver y actuar de manera diferente y constructiva respecto de ella, ya que reprobar meramente significa que alguien no aprendió en cierto lapso lo que se esperaba
- a veces ingenuamente - que aprendiera. Y sería mejor que, en lugar de pasarlo y garantizar que no aprenderá en los grados subsecuentes por sus rezagos de aprendizaje, mejor reprobarlo para darle otra oportunidad y más tiempo para aprender lo que le falta aprender del grado.

Así de sencilla es la conclusión: reprobar a los alumnos atrasados para que con un año más aprendan lo que les falta aprender del grado. El dilema es preferir los costos políticos de ocultar la reprobación o, domo diría Guevara Niebla, seguir pagando los costos de ser un país de reprobados disfrazados.

1 comentario:

TaVoDaN dijo...

Hacer a un lado la reprobación lleva consigo ese acto narcisista de ser benevolente, como cuando se le da una camisa usada a nuestro empleado, para que nos mire con gratitud, en lugar de aumentarle el sueldo para que tenga posibilidad de comprar nuevas; es esa actitud que está de moda en el contexto educativo y que se pregona por las plazas públicas: "Todos somos diferentes y valiosos, y todos merecemos una oportunidad".
Con la bandera de la diversidad y el respeto a ella, se han estado trastocando los límites del logro y el desempeño, ahora resulta que un discapacitado, perdón, una "persona con capacidades diferentes", obtiene el grado de educación primaria sólo por aguantar seis años a un maestro y a sus compañeros, aunque no tenga los conocimientos del nivel... pero no nos sorprenda que habemos muchos que nos decimos normales y pasamos por la educación básica sin tener la menor idea de qué es un verbo transitivo o una mezcla...
En fin, la reprobación es necesaria en el sistema para detener al estudiante para que aprenda lo que se debe en cada grado. Si fuera justo el procedimiento, más del noventa por ciento reprobaría en el afán de aprender.
La reprobación no tendría sentido en una escuela en la que se trabaja en el aprendizaje de los estudiantes, antes que en cubrir un programa y un avance programático.
En una escuela centrada en el apoyo al estudiante desaparecen los grados y se recobran los niveles, sólo con la idea de saber cuál es nuestro compromiso como maestros para ayudar a aprender.

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