viernes, 8 de mayo de 2009

El cine “erótico”.


Una de las formas de consumo cultural masivo que ocupan parte de la cartelera cinematográfica cotidiana son las películas para adultos que se exhiben regularmente para beneplácito de los leales y asiduos aficionados a estos bodrios.

La publicidad con la que se anuncian las películas sobre temas sexuales prometen un menú visual lleno de acción y exotismo sensual a través de leyendas como “sensual y provocativa…”, “la insaciable e incitante…” que, a manera de aperitivos, aseguran la presencia en la pantalla de las más variadas encarnaciones de la concupiscencia y la ninfomanía a nivel mundial.

Tal razón mercadotécnica supone como consumidor ideal a personas morbosas e insatisfechas a quienes sutilmente se les transmiten mensajes sugestivos que despiertan sus ya de por sí insomnes fantasías sexuales latentes.

En la mayoría de las escenas de estas películas se muestran las más variadas formas de la voracidad y la gula sexuales, siendo sus protagonistas eternos y frenéticos obsesos sexuales que actúan dentro de una atmósfera de excitación sostenida que muchas veces culmina en una insípida y banal exhibición de alcoba que defrauda al espectador, para este entonces sudoroso y expectante, y lo deja “picado” para de este modo administrar y manipular su consumo posterior de filmes próximos, lo que no evita que algunos de estos frustrados espectadores salgan del cine relinchando y lleguen incluso hasta a piropear al taquillero.

Esta satisfacción a medias, fríamente calculada por los productores de estas películas, es lo que explica que a pesar del banquete de desnudos y de ninfómanas encabritadas que mugen, aúllan y ululan de deseo desde que empieza hasta que acaba la película, el espectador frustrado vuela a rellenar la butaca en las próximas cintas.

El voyeurismo, la identificación con el protagoniza apropiado y la catarsis sexual parcial son algunos de los procesos psicológicos que tienen lugar en el espectador de este tipo de filmes, que motivados por una falta de información y experiencias sexual plenas, y por el ansia de vivir, a través de la identificación, otras situaciones sexuales vedadas o inexistentes en su realidad, se habitúa a esta engañosa forma de satisfacción interruptus que enriquece a quienes lucran con ella.

Lo que se esconde bajo este fenómeno es la carencia de una moral y cultura sexual humanista que dignifiquen la concepción y la práctica apropiadas de una parte de la realidad personal y social hundida en los tenebrosos y clandestinos prejuicios de una ideología machista e hipócrita que falsifica y denigra uno de los aspectos más hermosos de la vida: la relación de camaradería e igualdad entre hombre y mujer.

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