miércoles, 21 de enero de 2009

Sapere aude



Para el Maestro Sheffler


Sapere aude es una frase latina que fue el lema de un poeta romano llamado Horacio (65-8 a.C.), y que podría traducirse como “Osa conocer”, esto es, atrévete a saber. Diez y siete siglos después, es retomado como ideal y lema emblemático del iluminismo por Kant, quién en su obra “¿Qué es la Ilustración?”, lo interpretada como el valor o coraje de servirse de la propia razón. Es en ese sentido en el que lo usaremos para las consideraciones que siguen.


El saber es un proceso y un producto de conocimiento personal que, en sus orígenes, ocurre espontáneamente (Piaget dixit), aunque siempre, y desde su aurora, dentro de un intrincado contexto social de determinaciones que o bien lo favorecen, o bien lo obstaculizan. Por otra parte, el saber, en la medida en que es un insumo fundamental de la acción, y en cuanto toda acción individual atenta contra proyectos de homogeneización de diversas entidades de poder (iglesia, familia, estado, empresa, partido, etc.) entonces se convierte en blanco de influencias. A la relación entre estos procesos de conocimiento, de desarrollo de la conciencia individual, por un lado, y los procesos de dominio y autoridad de las instituciones sociales y de unos individuos sobre otros, por el otro, lo llamaremos, para efectos de economía discursiva, relación entre el saber y el poder.


Ahora bien, el saber personal en si forma de devenir mas libre y potente, que aquí llamaremos sapere aude o técnica y ética del saber autónomo, es contra lo que enfocarán sus baterías tanto instancias sociales como las instancias supraindividuales incrustadas en el individuo en tanto interiorizados de la restricciones de esas instituciones sociales y que ahora, desde dentro del mismo individuo, operarán inhibiendo el libre pensamiento, y a las cuales llamaremos súper yo intelectual.


Tanto la acción inhibidora externa como la interna son expresiones, inmediatas o mediatas, de una voluntad de poder que censura, corrige o coarta al pensamiento, no solo en el momento cuando este se expresa sino en la ocasión misma en que se produce (súper yo intelectual).


Al conjunto de actitudes, mecanismos y acciones que operan como lastre, muro o cauce impuestos del pensamiento lo denominaremos cultura de la intolerancia, en oposición a su contrario bipolar la cultura de la intolerancia. Pero antes, una disgresión etimológica necesaria. Tolerar viene del latín tolerare que significa soportar, aguantar. Respecto de la cultura de la intolerancia, esta etimología o sentido verdadero de la palabra tolerancia, supone que dicha cultura de la intolerancia no aguanta o soporta al sapere aude: lo aborrece, le repugna e irrita y por eso quiere liquidarlo, acabar con él.


Entonces, la cultura de la intolerancia, como espejo negativo del sapere aude, se expresará como el monolítico y aburrido magíster dixit en el aula, como el abrumador, hipnótico y machacante discurso televisivo, como terrorismo verbal oficial en los discursos políticos, como sagrados tabúes temáticos en el estalinismo intelectual, y como arrogante esnobismo en el malinchismo intelectual que llena de glosas el discurso extranjero, y de silencio el discurso nacional (¿Qué le pedía Uranga a Ortega y Gasset?, ¿Qué le pide Juan Rulfo a Mann o Marguerite Yourcenar?). En fin, todo lo anterior conforma una voluntad de poder y un horizonte de censura implacable del inocente pero cierto pensamiento personal, indefenso y al amparo de sí mismo y su propia fortaleza, minado y hostigado desde el exterior y, lo que es aún mas escalofriante, es desde el mismísimo interior o espacio íntimo donde el leviatánico super yo intelectual, en cortito, intimida, si no es que noquea los conatos sapereáudicos del inerme sujeto devastado. Y luego quieren que el alumno, feligrés, hijo, trabajador, esposa o ciudadano hablen o escriban… .

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