viernes, 11 de febrero de 2022

Tres microrrelatos

Estilo de crianza Me decía que le decía que pudo haber muerto cuando él nació. Que se enfermó de bronquitis a los tres meses. Que cuando lo bañaba, era como lavar un laborioso traste de cocina. Que era muy inquieto, y cuando lo dejaba en su cuna, la movía de lado a lado de su recámara. Que lo observaba y, decía, que hacía cosas muy extrañas. Que cuando ensayaba silbar, lo imitaba de manera burlona. Que veía que miraba de manera rara y penetrante. Que atendía sus necesidades de alimentación, higiene y doctores de manera infaltable. Le pregunté que si lo acariciaba. Me dijo que no. Le dije que lo estaba volviendo loco. Memoria de crianza No sé porque no recuerdo casi nada de mi temprana infancia. No sé cuál es mi primer recuerdo. Tengo muy presente que mi nana mixteca me cuidaba cuando jugaba en la calle, que me convidaba de lo que ella desayunaba en la cocina, y me llevaba al mandado al mercado y me compraba un sope inolvidable nomás con salsa y cebolla. No platicaba con mis hermanos. Me daba miedo en la noche, y para poder dormirme, rodeaba mi cuerpo, debajo de las sábanas, con juguetes protectores (después leí en un libro de antropología sobre tribus del Amazonas, que ellos hacían lo mismo, para protegerse de los malos espíritus). A veces oía quejidos en el cuarto de al lado, donde dormían mis padres, y eso me intrigaba porque no oía llanto. Decían que era muy inquieto. Acosaba a mi hermano menor porque era el consentido. Cualquier cosa que hacía en la mesa al comer, era observada y corregida con burlas o regaños. Me gustaba mucho tocarme, y en la noche hacía eso para calmarme, y cuando mi madre me descubría, me decía “¡boca arriba!”. Jugaba mucho con mis juguetes. Pensaba muchas cosas. Me daba cuenta de muchas cosas que estaban mal, pero si hablaba de eso, se enojaban porque no debiera fijarme en eso. Cuando alguien me elogiaba, no le creía, o me hacían un cariño, me daba vergüenza. Cuando me animaba a decir lo que pensaba, lo decía como si fuera broma, para evitar el rechazo, pero lo tomaban en serio y hasta se sorprendían de lo que consideraban aciertos míos. Un día, oí a una de mis tías que me querían reclamarle a mi mamá que me estaba volviendo loco. Padres distantes Ella nunca me acarició más de dos segundos. Él nunca platicó conmigo.

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