lunes, 29 de septiembre de 2008

La catedral de la noche

Toda ciudad capital de provincia, y Guanajuato no es la excepción, ambiciona trascender su aldeanismo nocturno, esto es, el poseer sitios que cierren tarde sin ser necesariamente sórdidos, que convoquen noctifilos de toda laya, con ambientes llamativos y seguros para ambos sexos. Para tales efectos, necesita modernizar o crear paraderos para sus cada vez más numerosos y exigentes noctívagos - no sólo finisemanales sino también midisemanales- que gritan su necesidad de satisfacer sus ansias postlaborales de esparcimiento.

Uno de esos lugares es un bar singular, enclavado en el corazón del centro histórico de la ciudad, cuyo nombre ha tenido una historia marcada por la onomasticomaquia que consignaré a continuación: en un principio, fue bautizado como "El Rocinante" - nombre por demás clientelista de una enfebrecida, demagogia mercadotécnica cervantina que epidemizó las referencias a la capirucha guanajuatense-, para después ser rebautizado como " La dama de las Camelias". Sin embargo, la memoria electiva de sus parroquianos hizo que el caballo legendario venciera a la abnegada tuberculosa y ahora, a pesar de los esfuerzos de redominación de quienes pujaron por ella, Rocinante derrotó - que no mató, y ahí está la prueba en el letrero de la entrada- a la Dama.

El local de ésta razón social, a la que muchos acuden a perder la razón, es una casa vieja a la que se desciende por una escalera atunelada cuyas paredes polanskianas están tapizadas de huellas polícromas de palmas de manos; el salón principal (y los recintos aledaños) están decorados por la explosión de un collage de fragmentos de espejos, jirones de papel morado y recortes eróticos de revistas de arte que dotan de inusitada densidad y textualidad visual al entorno; la barra de madera descansa al pie de un altar de zapatos de tacón alto de mujer; las mesas - en las cuales se tratan desde los temas más frívolos y artificiales hasta los más fundamentales para el destino del genero humano- rodean los espacios centrales que hacen de pistas donde, al ritmo cósmico del Caribe, se apuesta una y mil veces por la supervivencia dancística de la humanidad; el ritmo tan envolvente con el que avanza la noche intramuros; la luz brumosa como velo de las conversaciones, los ensimismamientos y los romances o sus conatos. En suma El Rocinante es más que un antro, y está muy cerca de ser un museo nocturno interactivo.

En cuanto a la coreografía del lugar, está conformada por un elenco de selectos y diversos especímenes - asiduos y ocasionales- que acuden a abrevar a ese manantial nocturno y, sin saberlo, crean un nunca igual calidoscopio demográfico, inencontrable despierto y coexistiendo a esas horas en la cañada. Cabe mencionar que, desde una sana óptica etológica, las figuras que se describirán a continuación no son raras -estadísticamente hablando- ni mucho menos privativas de El Rocinante, ya que pululan en hábitats semejantes de todo el mundo: profesores y estudiantes universitarios; prófugos conyugales extranjeros reverenciados; intelectuales famosos entre sus conocidos; sedientos de romances literarios o ligues definitivos; esnobs de tiempo completo en horas-pico de actividad; virtuosos, fantoches y parkinsonianos del baile afroantillano; tránsfugas del anonimato diurno; obsesos de la trascendencia etílica; adictos a la pluralidad de la carne; desertores recientes de la frezes; bateadores zurdos atados semiatados y desatados; adolescentes anacrónicos deudores de eternas materias de soltería; tipos y tipas agradables.

En El Rocinante se configura un ambiente distinto cada fin de semana del cual los asistentes son - como el adentro y el afuera de un acuario- tanto espectadores como protagonistas. Este hecho atrae a cuanto ente citadino que no quiera dejar pasar la oportunidad de inscribirse en la nómina cosmopolita de la madrugada. Lo que se gana en capital de distinción, en bienestar situacional y en roce con la elite trasnochadora de la ciudad, compensa con creces la desvelada. La atmósfera de informalidad y de suficiente permisividad y tolerancia le han ganado el ocupar un privilegiado nicho de mercado antes no cubierto del todo por ningún otro espacio, ya que éstos siempre adolecieron de los lastres ya sea de su convencionalidad asfixiante o de su anticonvencionalidad artificial, ambos casos hijos de su formato tradicional provinciano.

El Rocinante es una bahía simbólica en el mar de lo imaginario guanajuatense;
Un destino del deseo de que algo pase; una estación de las ganas de darle un valor agregado de densidad biográfica y de significación clandestina a la existencia de quienes ahí concurren. Como texto escenográfico y coreográfico, la fenomenología del lugar es lo suficientemente interesante y rica como para no poder ser aprehendida sin al menos una relectura: se necesita ir por lo menos dos veces para agarrarle la onda. Siempre es refrescante el estimulante jacuzzi sensorial de la algarabía y la aglomeración intramuros de un viernes o sábado por la noche.

Por último, habría que decir que El Rocinante es el único espacio nocturno de Guanajuato Capital capaz de contener espectáculos artísticos de toda índole (ópera, danza, teatro) - como lo evidencia el hecho de haber sido la sede espontánea de varios "palomazos cervantinos" a cargo de Pilar Rioja, y grupos dancísticos como Whitireia Dance Company (Nueva Zelanda), O Vértigo Danse (Canadá) y Stagium (Brasil)-, ya que es el único sitio que posee la aptitud y la vocación - aún poco aprovechada- por las manifestaciones culturales novedosas.

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